Debemos de dejar la rabia y aprender a perdonar.

Por Stella Duque.  —   

En el fondo reside en cada uno de nosotros un anhelo silencioso: el deseo de paz. Lo difícil es que la paz no siempre llega fácilmente, sobre todo cuando cargamos con algo pesado, como la culpa. Una conciencia culpable puede hacer que esa calma interior parezca inalcanzable.

Cuando actuamos en contra de nuestros valores o ignoramos nuestra brújula interna, la culpa tiende a colarse. Y si no la afrontamos, permanece latente, tirando de nosotros, nublando nuestros pensamientos y afectando nuestra forma de ser.

Pero la verdad es que la paz no se encuentra rechazando la culpa ni fingiendo que no existe. Se encuentra mirándola de frente. Eso puede significar ser honestos con nosotros mismos, decir nuestra verdad o incluso enmendar nuestros errores. Nada de esto es fácil. Requiere valentía y vulnerabilidad. Pero ahí es donde comienza la sanación.

Perdonarnos a nosotros mismos es una parte fundamental de este proceso. Significa soltar el peso de la culpa y recordar que, en esencia, somos valiosos y dignos de amor, incluso cuando nos equivocamos. Cuando nos tratamos con compasión, abrimos la puerta al crecimiento y la transformación en lugar de permanecer atrapados en la vergüenza.

Ignorar la culpa nunca la hace desaparecer. De hecho, solo la arraiga más profundamente. La antigua sabiduría del karma nos recuerda que nuestras elecciones e intenciones dejan huella, no solo en el mundo que nos rodea, sino también en nuestro interior. Cuando reprimimos la culpa, no desaparece; sigue influyéndonos hasta que la afrontamos con honestidad.

Por eso, negar la culpa es simplemente otra forma de autoengaño. Fingir que estamos bien cuando no lo estamos solo alimenta aquello de lo que queremos liberarnos. Es al reconocer nuestra humanidad, con integridad y humildad, que podemos finalmente soltar su dominio y encontrar el camino de regreso a la paz.

Este viaje comienza con la introspección: conectar con nosotros mismos, incluso cuando resulta incómodo. Nos invita a la humildad, a admitir nuestra humanidad e imperfección. Y nos exige fortaleza interior para seguir adelante, incluso cuando afrontar la verdad se vuelve difícil.

La paz interior no es una meta que alcanzamos, sino una práctica constante. Se trata de encontrarnos con compasión, perdonar cuando nos hemos aferrado demasiado al pasado y entender que cada decisión, actuación, fueron guiados por el nivel de conciencia en que nos encontrábamos y abrirnos a la posibilidad de crecer y sanar.

Gandhi dijo: «Los débiles jamás perdonan. El perdón es propio de los fuertes». Y creo que es cierto: no solo el perdón a los demás, sino también el perdón a nosotros mismos. Porque cuando elegimos perdonar, nos liberamos. Nos liberamos del peso de la culpa y entramos en la ligereza de la paz.