Los números en los pueblos originarios.

Publicamos este cuento que envió Rudy Fabián Morales Vargas desde Riverhead, al norte de la ciudad de Nueva York. “Es una metáfora de nuestra sociedad, su diversidad y cómo si se puede vivir en unión con líderes comprometidos”, escribió Morales Vargas, quien se identifica como inmigrante. El autor dice que su cuento es una metáfora de la realidad que estamos viviendo.

UN PUEBLO DE NÚMEROS

Un grupo de números perdidos decidió establecerse en un asentamiento. El número 1, líder natural, convocó a una reunión a quienes se quisieran unir. Fue cuando el 2 y 3, acompañados del 4 y 5, llegaron. También se unieron el 6, 7 y 8. Por último, el número 9, quien andaba solo, también quiso quedarse en la reunión.

Llegaron al acuerdo de querer crear un pueblo próspero, bonito, donde todos los números convivieran en igualdad de condiciones y como meta principal lograr poblar completamente el lugar. Todos se comprometieron a la causa. Querían que más números se unieran, pero acordaron en unanimidad dos reglas inquebrantables: los habitantes del pueblo podían ser solo números de máximo 2 dígitos y por ningún motivo podían vivir 2 números iguales.

Todos aceptaron y comenzaron a recibir nuevos integrantes. Pronto llegaron el número 10 y 11, 12 y 13, 14 y 15. Convivieron muy bien y aunque eran diferentes, todos se respetaban. Se hacían reuniones para discutir cómo se iban a desarrollar los proyectos en la comunidad y todos aportaban ideas.

El 16 era un poco cayado y el 17 un poco tímido, pero los números fundadores los incentivaban para que ayudaran en las labores del pueblo y su crecimiento. Eran solo números, no podían reproducirse. Por lo tanto, la única forma de que la aldea creciera era a través de la llegada de nuevos números por el único camino de entrada. Solo era cuestión de esperar que llegaran nuevos integrantes para que la comunidad siguiera creciendo.

En una tarde de lluvia llegaron nuevos miembros un poco mojados: el 18, 19, 20 y 21. También alguien dijo: “Miren allá, el 22 viene solo”. El pueblo crecía y todos estaban complacidos.

En la madrugada se escuchó llegar más números: 23, 24, 25, 26, 27 y el 28, venían con un poco de sueño y se fueron a dormir, mientras que en la mañana alegremente se escuchaban cantar y silbar a otro grupo de números que llegó: eran el 29, 30, 31 y 32.

Todos eran muy responsables y el pueblo ya empezaba a verse como una pequeña ciudad. El 33 vino de tierras lejanas y pronto llegó el 34 y el 35 un poco hambrientos, por lo que se decidió hacer un banquete entre todos y más tarde el 36 con el 37 y 38 se unieron a la celebración.

Todos esperaban al 39 esa misma noche, pero nunca llegó. Pasaban los días y ningún número nuevo llegaba. En una noche muy oscura llegó un número forastero que preguntó si podía quedarse, no lo podían ver muy bien y le preguntaron qué número era, dijo ser el 23. Como ya había un número 23 en el pueblo, no se pudo quedar y tuvo que marcharse.

Pasaban los días y el sueño de que el pueblo llegara a su máxima capacidad se esfumaba. Ya no venían más números, se habían estancado en el 38. Todos con ansias se levantaban temprano, todos los días, a esperar que por la colina se asomara el número 39, pero la espera era larga y no llegaba.

Después de meses de espera y de desilusión, una tarde nublada se vio llegar al pueblo un número misterioso, era un número que no revelaba su identidad, dijo llamarse un profeta y prometió a todos que tenía en sus manos la solución para poblar el lugar.

Los números más ligeros fueron en seguida a llamar al número 1, quien llegó unos minutos después intrigado por la noticia. El proclamado profeta dijo tener en su posesión una máquina mágica y si los números accedían, podía ayudar a poblar el asentamiento para cumplir el gran sueño.

Los números fundadores se reunieron para tomar una decisión, acordaron que cada uno de los números del pueblo debía votar para dar una justa resolución. Todos esperaban el resultado final y aunque los números originales del 1 al 9 votaron en contra, los demás estuvieron de acuerdo y la mayoría ganó. El Profeta se convirtió en mago y con su máquina mágica comenzó a sumar y multiplicar los números de manera que al combinarlos nacían nuevos números que fueron completando el 39, 40, 41, hasta llegar al número 98.

Fue ahí cuando con voz fuerte dijo: “Hay de ustedes si algún día se portan mal, porque también puedo usar la máquina para restar y dividir”. Todos levantaron la mano jurando hacer el bien, para que el pueblo se mantuviera en bonanza.

Fue entonces cuando llamó al número 11 y al número nueve, los multiplicó y nació el número 99. Todos aplaudieron al profeta mágico y celebraron con una gran fiesta. Al terminar el día el número 1 se acercó y le dio las gracias por haber poblado el lugar y haber cumplido el gran sueño. Con una tristeza clara en su rostro, el número uno le dijo: “En nombre de todos, deseamos que vivas aquí con nosotros, pero ya conoces nuestras dos reglas”. El profeta sonrió y, con un gesto teatral, se quitó su traje, revelando el número cero. Todos se quedaron boquiabiertos, sorprendidos por la revelación. “¡Puede vivir aquí!”, exclamaron al unísono. Sin aquel número, el pueblo no tendría sentido, era vital que se quedara. La noticia estalló en una explosión de felicidad, y todos celebraron la decisión del profeta de quedarse con ellos.

El número 1 y el profeta se convirtieron en grandes amigos, trabajando juntos para mantener el pueblo en paz y armonía por siempre.

Fin.