Edison Unda en la azotea de un edificio de Manhattan. Fotos Jesús Guerra

Por Jesús Guerra  —

Desde su ciudad natal Chillogallo, un barrio del sur de Quito, hasta los rascacielos de Nueva York, Edison Unda ha recorrido un largo camino en busca de estabilidad y un futuro mejor para él y su familia.

Hace tres años llegó a Estados Unidos, escapando de la incertidumbre laboral que lo rodeaba en su natal Ecuador. Hoy, su vida gira en torno al trabajo en la construcción, una labor marcada por la “calma y la dedicación”. Según Unda, cada día vive una rutina que comienza tomando desde muy temprano el tren 7 en Jackson Heights, hasta Manhattan.

“Lo más importante para mí es hacer las cosas con calma, porque así todo me sale bien”, dijo Unda mientras relata cómo cada jornada procura entregar un trabajo de calidad. Esa ética lo ha acompañado desde que comenzó a ganarse la vida en este país, siempre con la esperanza de que cada ladrillo colocado en la Gran Manzana sea un paso más hacia su meta: regresar a Ecuador con su familia y construir el hogar con el que tanto sueña.

“Quiero tener mi propia casa en mi país, volver con mi familia, tener mi carro y mis propias cosas”, dijo el ecuatoriano. Aunque su presente está marcado por el esfuerzo y la nostalgia, Unda no pierde de vista su principal motor: sus hijos.

Desea que ellos puedan estudiar y alcanzar una carrera universitaria, algo que para él representa el verdadero triunfo de su sacrificio.

Los fines de semana, encuentra en el deporte y la convivencia con amigos un respiro necesario. Juega fútbol en ligas recreativas que organizan los miembros de su comunidad. También dedica tiempo de calidad a su familia, especialmente a sus dos hijos, con quienes comparte momentos que le devuelven “energía y motivación para regresar cada lunes al trabajo”.

Sin embargo, la alegría no está exenta de temor. La creciente incertidumbre en torno a la política migratoria en Estados Unidos lo inquieta profundamente.

“Tengo miedo de ser deportado en cualquier momento”, admite. Como muchos otros migrantes, vive con la constante preocupación de que su esfuerzo y estabilidad puedan desmoronarse de un día para otro.

A pesar de los desafíos, Unda no pierde la esperanza. Sabe que cada día cuenta y que el sacrificio de hoy puede convertirse en la recompensa de mañana. En medio del concreto y el acero de la gran ciudad, su historia es un testimonio de resiliencia y de un sueño que, ladrillo a ladrillo, sigue construyéndose.