
Jaime Nieto, doctor neurocirujano en su oficina de Norhtwell Health en Rego Park, Queens. Foto Javier Castaño
Por Javier Castaño —
Se levanta a las 5:30 de la mañana. Se baña y toma café. Como es católico, lee la biblia por unos minutos. Bebe vinagre de manzana para controlar la diabetes. Revisa en su computador la Bolsa de Valores en donde ha invertido algún dinero. Se toma la presión y sale a trabajar.
El doctor Jaime Nieto es neurocirujano del sistema de salud Northwell Health. Los lunes y miércoles opera en el North Shore University Hospital, Long Island Jewish y Forest Hills Hospital. Sus operaciones de la cabeza y la columna duran de 2 a 4 horas, aunque a veces superan las 10 horas.
En el quirófano el doctor Nieto siempre está acompañado de un asistente, dos enfermeras, un instrumentalista y un anestesiólogo. A veces opera con un neurofisiólogo y radiólogo, dependiendo de la gravedad del paciente.
“En todas mis operaciones escucho música, en especial al Grupo Niche, Tito Rojas y Marc Anthony porque me encanta la salsa”, dijo el doctor Nieto en su oficina del tercer piso del edificio localizado en Queens Boulevard, Rego Park, Queens.
Es profesor de neurocirugía en Hofstra University, aunque no usa un salón de clases, sino que invita a sus estudiantes a las operaciones, bisturí en mano. Ha dictado charlas en varias ciudades de los Estados Unidos y Latinoamérica, aunque sus éxitos de ahora son lo contrario a una niñez y juventud marcada por la violencia y el sacrificio.
ORIGENES
Jaime Nieto nació en 1967 en Chiquinquirá, un poblado del departamento de Boyacá en Colombia. Es famoso porque allí hizo sus primeros milagros la Virgen de Chiquinquirá y porque se halla muy cerca de las famosas minas de esmeraldas de Muzo.
La virgen y esta piedra preciosa verde marcaron la vida del doctor Nieto.
Su papá era honrado y le encantaba el estudio, aunque solo llegó hasta tercero de primeria. Su madre provenía de una familia distinta en la cual habían esmeralderos con poca educación, pero murió cuando el doctor Nieto tenía 5 años.
“En mi pueblo había un solo doctor que atendía a todos los enfermos y en ocasiones le pagaban con gallinas porque sus pacientes no tenían dinero”, recuerda Nieto, el menor de 10 hermanos. “Desde ese entonces supe que quería ser doctor porque me parecía muy bonito cuidar a la gente”.
La parte violenta de la familia trató de matar a su padre, quien esquivó la muerte con artimañas y logró amarrar a un árbol al gatillero que fue a asesinarlo. Entonces decidió huir a Bogotá con seis hijos.
Nieto llegó al barrio Villa Luz de Bogotá cuando tenía 10 años. Estudió en la Escuela Distrital Copérnico y el colegio Jorge Eliécer Gaitán. Se graduó de escuela secundaria en 1985.
Nieto estudiaba durante el día y en el tiempo libre junto a sus hermanos le ayudaba a su padre a construir una casa en un lote de Prado Veraniego al norte de la capital colombiana. “No había piso y las puertas eran de tablas, las paredes sin terminar y los cables de la electricidad colgaban del techo. Mezclábamos cemento para terminar las paredes”, recuerda Nieto.
La familia se cansó, el padre vendió el lote y compró una casa en el barrio Santa Rosa. “Dormía con mis hermanos en un cuarto, a veces no tenías nada para comer y nos prestábamos dinero para tomar el bus”, recuerda Nieto con nostalgia.
Entonces Nieto decidió irse a vivir a Muzo y sus hermanos le dijeron que estaba loco. Pero allá llegó a dormir hacinado en camarotes y a buscar esmeraldas en la orilla del río. “Usábamos una pala para sacar la arena del río y terminaba el día con las manos ampolladas y sangrando. Vi mucha violencia, aunque también gané dinero y me divertí”.
Nieto se ‘enguacó’ una sola vez, cuando sacó una esmeralda de 200.000 pesos colombianos. Luego se fue a probar suerte al departamento de El Meta hasta que dijo “esto no es para mí”.
Su hermano Tito, quien vivía en Nueva York en esos días, le envió un sobre con un recorte del periódico The New York Times y 100 dólares. En el pedazo de papel decía “venga a estudiar a Estados Unidos”. Nieto hizo los trámites, se presentó a la embajada estadounidense y le dieron la visa de estudiante.
Cuando llegó al Aeropuerto Kennedy en 1985, sólo, sin dinero y desorientado, ni siquiera reconoció a su hermano. Aunque Tito, su hermano mayor y gran soporte “en los momentos más difíciles”, tampoco lo identificó al comienzo.

El doctor Jaime Nieto explicando cómo hace las cirugías de la columna con la ayuda de la tecnología digital. Foto Javier Castaño
Nieto llegó a este país sin hablar inglés. “Lo odiaba”, recuerda entre sonrisas. Todos los días se desplazada del pueblo de Ossining, al norte del estado de Nueva York en donde vivía su hermano, hasta Fairleigh Dickinson University en Nueva Jersey, hasta que se cansó. Tampoco tenía dinero para seguir pagando por el transporte y la matricula.
Trabajó cortando pasto a $2.50 por hora y limpiada oficinas de IBM en la noche, a donde llegó La Migra, pero logró esquivarla.
Una amiga le dijo que podía seguir estudiando inglés y biología, pre-requisito para ingresar a estudiar medicina, en el Mercy College de Manhattan. Allá fue a parar y se graduó en biología. Su plan seguía siendo estudiar medicina.
‘Me identifico con la lucha y el sitema de vida de los inmigrantes”
Doctor Jaime Nieto
Nieto seguía siendo pobre y trabajaba en construcción y repartiendo pizza para sostener a su esposa Teresa y su hijo Leonard. Luego vendría su otro hijo Nicholas.
Las universidades lo rechazaban y Nieto seguía insistiendo con su plan de vida de estudiar medicina. Hasta que lo llamaron de Buffalo University. Tomó la decisión en un fin de semana, se comprometió a asacar buenas notas y pasar los exámenes. Después de un año pasó a Syracuse University en donde se convirtió en médico en 1996.
Estudiar neurocirugía fue más complicado, aunque ese mismo año fue aceptado en la Universidad de Connecticut, pero al año siguiente cerraron el programa. “Recorrí todo el país para que me aceptaran en la facultad de neurocirugía, hasta que UCLA University en California me dijo que sí”, recuerda el doctor Nieto.
“Uno tiene que aprovechar las oportunidades, llevarlas hasta el límite, meter la cabeza y mirar hacia el horizonte para conquistarlo”, dijo el doctor Nieto, cuyo primer trabajo como médico sólo ganaba $28.000 al año, menor que el salario de obrero de construcción. Cuando regresó a Nueva York su primer trabajo fue en el Maimonides Hospital, luego en New York Presbyterian Hospital y ahora en el Northwell Health. El sueldo ha aumentado mucho, al igual que su prestigio.
Ha revivido jóvenes que han sufrido accidentes o batazos en la cabeza. Ancianos que no se podían mover han vuelto a caminar y bailar. Le ha quitado el dolor agudo en la espalda a muchas personas. Fue parte del equipo de cirujanos que separó en el 2002 a las Dos Marías, las siamesas que estaban unidas por la cabeza.
El doctor neurocirujano es el que trata con cirugías el sistema nervioso de la cabeza y la columna vertebral. El doctor Nieto opera tumores, nervios pinchados, hernias, fracturas y problemas degenerativos en la espalda. Ya dejó de operar la cabeza.
“El problema con los latinos es que no confían en el sistema médico de este país y aquí existe la mejor tecnología médica. También están dedicados al trabajo físico como la construcción que deteriora la columna”, dijo el doctor Nieto. “Por eso es mejor educarse, abrir las puertas del conocimiento, que seguir en el trabajo físico de la construcción”.
Para el doctor Nieto, la obesidad y la osteoporosis, por la falta de ejercicio y una buena dieta, “serán las próximas epidemias de esta sociedad”.
Cuando terminábamos esta entrevista, su esposa Claudia lo llamó para saber dónde estaba. Se casaron hace dos años. Se acomodó el corbatín que lo caracteriza, “porque es más higiénico que la corbata”, y salió rumbo a su hogar en Westchester.
“Mi interés es servir a la gente común, a los inmigrantes porque yo soy parte de ellos y me identifico con su lucha y sistema de vida”, dijo el doctor Nieto antes de perderse en la inmensidad de una noche cálida en la ciudad de Nueva York.




Bien por el Dr.Nieto que no se dejó vencer por las dificultades ni la desesperanza.