Esta es la foto inicial del portal sobre la vida y la obra del músico colombiano Luis Carlos Meyer. Imágenes Javier Castaño

Hoy 7 de noviembre se cumplen 25 años de la muerte en la ciudad de Nueva York de Luis Carlos Meyer, el Rey del Porro colombiano. Esta ciudad se lo había tragado y nadie lo visitaba en el asilo de ancianos en donde vivía enfermo en el Bronx. Hasta que yo le descubrí y comencé a escribir historias sobre su vida y su obra musical.

Fue un gran músico que cambió mi vida a nivel personal y periodístico. He escuchado su música muchas veces y aún tengo amigos que surgieron debido a su descubrimiento. Nos emborrachábamos hasta el amanecer escuchando Micaela, Mi gallo tuerto o Trópico, entre otras canciones.

Luis Carlos Meyer fue el que llevó el porro y la cumbia a Latinoamérica, incluyendo a México. Algunos mexicanos, de manera muy errónea, consideran que la cumbia es de su creación. Las primeras cumbias se grabaron en Barranquilla y Argentina a comienzos del siglo pasado.

Aquí publico dos artículos. Uno que está relacionado a su descubrimiento el 23 de octubre de 1997 y una crónica que tiene que ver con su muerte el 7 de noviembre de 1998.

Para mayor información sobre el Rey del Porro, apreciar más fotos, escuchar su música y ver videos sobre sus homenajes en Colombia y Estados unidos, visite esta página:

www.luiscarlosmeyer.com

Al Rey del Porro se lo tragó NY

Este es el primer artículo escrito por Javier Castaño después de hallar enfermo a Luis Carlos Meyer en un asilo de ancianos de El Bronx en octubre de 1997. Hasta ese momento se desconocía su paradero.

Javier Castaño (Nueva York)

“Algún día tendré alas para regresar a Colombia”, dijo el compositor barranquillero Luis Carlos Meyer en un ancianato del Bronx, en Nueva York, donde ha sobrevivido los últimos cuatro años. Nadie visita al compositor de Micaela, El Hijo de Mi Mujer, La Puerca, Vallenata, Trópico, Linda Jorachita y El Caramelito.

Al Rey del Porro se lo tragó Nueva York. El hombre que viajó al interior de Colombia y a varios países latinoamericanos interpretando el folclore costeño colombiano, se está muriendo de depresión y de soledad. No tiene familia ni amigos en Estados Unidos.

Portada de El Diario La Prensa sobre el descubrimiento en NYC de Luis Carlos Meyer.

Mucha gente lo daba por muerto y Meyer había perdido las esperanzas. Pero la semana pasada sus ojos azules se llenaron de lágrimas y volvió a sonreir escuchando sus melodías. “Hacía 10 años que no escuchaba mi voz”, dijo mientras apretaba la mano de Elba Medina, la enfermera puertorriqueña que creyó en las historias de Meyer y decidió buscar ayuda.

“No quiero que se me muera sin que tenga la dicha de hablar con sus compatriotas y quizás regresar a Colombia”, dijo Medina cuando habló con el autor de esta nota. Meyer, quien nació el 21 de septiembre de 1916, está obligado a usar una silla de ruedas como resultado de un infarto cardíaco. Su presión arterial es muy alta y padece de pérdida temporal de la memoria.

Su sueño es regresar a Colombia. Tal vez a Bogotá, donde vivió cinco años y actuó en el Hotel Granada, en El Municipal y en el cabaret Montecarlo. O quizás a Barranquilla, donde están los recuerdos de su infancia y donde se inició como músico.

En Barranquilla perteneció a la orquesta Atlántico Jazz Band que tenía como trompetista a Pacho Galán. Se presentó en los teatros San Roque, Las Quintas, Caldas, Boyacá y La Bamba. También viajó a Medellín con su estilo vivaracho, su traje blanco y sus maracas. Allí se presentó en El Covadonga y en El Bolivar.

El padre de El Rey del Porro era Issac Meyer, de Trinidad, y su madre era Julia Castandet, de Martinica. Nació en Barranquilla en la calle Santander, y desde muy joven exhibió grandes cualidades para el canto y la guitarra.

En 1945, a la edad de 29 años, decidió abandonar Colombia. Nunca más ha regresado. Su partida salió publicada en un artículo de El Diario La Prensa de Barranquilla el 27 de enero de ese año. “Ha decidido cancelar sus días negros en esta ciudad y viajará a Caracas, La Habana y Ciudad de México”, se lee en el texto que lleva el título El Negro Meyer Se Va.

Meyer vivió en México, en donde compuso varias canciones y grabó porros y cumbias con la orquesta de Rafael de Paz. Después vino a probar suerte en Estados Unidos y Canada. De acuerdo a Ira Ehrlich, el compositor colombiano llegó por primera vez a Nueva York en 1958. Cantó y tocó en la orquesta de Xavier Cugat y se presentó en centros nocturnos como El Chico, Chatau Madrid y Fantasy.

“Llegó a Estados Unidos a buscar el éxito, pero no lo consiguió”, dijo Ehrlich, quien se considera su único amigo en esta nación. “Era con la única persona que hablaba de sus deseos y frustraciones, hasta que se convirtió en un hombre deprimido y muy sólo”.

Vivió en el hotel Empire de la avenida Broadway y la calle 63, en Manhattan, y trabajaba en restaurantes y centros nocturnos de baja categoría. Estaba obligado a compartir la cocina y el baño con los demás residentes del piso de ese edificio.

José Pacheco, el único colombiano que mantuvo algún contacto con Meyer hasta principios de esta década, dijo que hace 10 años su salud se fue deteriorando. “Sufría de flebitis y comenzó a tener problemas para caminar”, dijo Pacheco.

Por esa época no pudo seguir pagando su apartamento y tuvo que irse a vivir al refugio Bellevue Men Shelter de la calle 30, en Manhattan. De allí lo mandaron al Centro de Atención Médica Neponsit de Far Rockaway, en Queens. Desde el 2 de febrero de 1992 se encuentra en el ancianato Laconia del Bronx.

Ocupa el dormitorio 616B. Lo levantan a las 8 de la mañana, lo bajan al primer piso a darle el desayuno y lo vuelven a subir. Ve televisión o escucha radio. Almuerza al medio día y lo acuestan a las 2 de la tarde. No se vuelve a subir a su silla de ruedas hasta el otro día.

“Quiero comer arepa de huevo, arroz con pollo y pescado”, dijo Meyer con nostalgia mientras sonaba la gaita y movía su mano izquierda para seguir el ritmo de la música. Su condición es estable pero delicada y ha dejado de sonreir. Algunas veces come y es malgeniado.

En el sótano del ancianato Laconia hay tres maletas con las pertecencias de Meyer. En su interior hay decenas de partituras, la letra de algunas composiciones, incluyendo una nueva versión de Micaela, fotografías, libros de música, recibos de sus regalías como compositor y algunas cartas.

En el fondo de una de las maletas hay varias fotocopias con información sobre la vida del maestro Crescencio Salcedo, “quien murió pobre y olvidado como muchos artistas de Colombia”.

Dentro de una bolsa de plástico roja hay una copia de una carta que Meyer dirigió a Aurelio (Yeyo) Estrada el 5 de enero de 1993, donde le dice que está escribiendo una composición sobre la llegada de Colón a América. La carta termina con la siguiente oración: “De nada valió haber compuesto e interpretado el folclore colombiano”.

Publicado el 23 de octubre de 1997

Disco de porros de Luis Carlos Meyer producido en Colombia en los años 40.

Luis Carlos Meyer: su vida y su música

Por Javier Castaño (Nueva York)

Dos horas antes de su muerte, el músico colombiano Luis Carlos Meyer escuchó la canción Micaela, su máxima inspiración. Se encontraba en la sala de emergencia del hospital Nuestra Señora de la Misericordia en El Bronx, Nueva York, y la máscara de oxígeno empañaba su rostro. Era la una de la tarde del siete de noviembre de 1998.

Me acerqué a su cama y entoné la letra de Micaela. Meyer abrió los ojos y comenzó a respirar con más fuerza. No podía mover sus brazos porque tenía varias cobijas  sobre su cuerpo para protegerlo del frío. De su boca salía el olor inconfundible de las personas que se aproximan a la muerte.

Luego le dije que sus canciones eran muy hermosas y que ya podía descansar tranquilo. “Tu vida ha pasado a la historia porque el Gobierno colombiano imprimió las partituras de tus canciones y produjo un libro sobre tu vida”, le dije mirándolo a sus ojos claros.

“Estuviste en Barranquilla en el teatro municipal Amira de la Rosa recibiendo un homenaje y la Gran Orden del Ministerio de Cultura. Te queremos negro Meyer”.

Sus pulsaciones seguían aumentando. Entonces le dije que moviera la cabeza si estaba entendiendo lo que quería decirle. Movió la cabeza de arriba a abajo e intentó decir algo. No pudo. Puse mis manos sobre su pecho y besé su frente.

La doctora Bonnie Arquilla, encargada de la sala de emergencia, trajo un documento para que yo lo

Javier Castaño entrevistando a Luis Carlos Meyer en el Laconia de El Bronx, Nueva York . Abajo, el homenaje al músico en el Teatro Amira de la Rosa de Barranquilla, Colombia.

firmara. En la mañana del sábado anterior, cuando Meyer fue trasladado del asilo de ancianos al hospital, habíamos acordado que no era necesario resucitarlo en caso de que su corazón se detuviera. Para qué prolongar más su dolor.

El pasado viernes en la tarde había visitado a Meyer en el asilo de ancianos Laconia Nursing Home de El Bronx. Estaba alerta y dijo que no le dolía nada. Era difícil entenderle porque la lengua le pesaba debido a los sedantes que estaba tomando para calmar sus dolores. El cáncer renal había invadido sus huesos.

Sus inicios

Meyer nació el 21 de septiembre de 1916 y fue bautizado Luis Mateo Meyer en marzo de 1917 en la iglesia Nuestra Señora del Rosario de la capital del Atlántico. “Era mujeriego, aunque muy respetuoso y alegre”, dijo Soila Rosa Consuegra, hermana de crianza de Meyer cuando vivían en la Calle de Cruz con carrera Vesubio. “Ayudaba mucho a las mujeres y nos cantaba La Pollera Colorada. Era servicial”, añadió Carmen Ortiz, una de sus amigas de juventud que fue a visitarlo al hospital de Barranquilla en 1998.

La primera presentanción de Meyer fue cuando tenía 17 años, en el bar Chancleta del Barrio Bajo, cuando vivía en la calle Medio Paso de Barranquilla. Luego tocó con la orquesta Atlántico Jazz Band y se presentó en los teatros Rex, San Roque, Las quintas y Metro. En Bogotá grabó porros, cumbias, guabinas y torbellinos con las orquestas de Milciades Garavito, Alberto Ahumada y Francisco Chistancho. Cautivó la audiencia del hotel Granada, el Regina, Monteblanco y los altos del Cine Colombia. Su voz fue difundida por varias emisoras de radio de sur y Centroamérica. En Medellín fue famoso y se presentó en el Covadonga night club y el Bolívar.

Meyer fue el primer cantante rítmico que tuvo Colombia. El músico colombiano Hernán Restrepo Duque dijo que “Meyer fue en un momento dado toda la música costeña. La que nos prometían Bermúdez y Galán, la que nos entregarían Barros y Bóveda, Buitrago y Durán. Bien o mal, porque Meyer lo hizo todo a su estilo sin importarle realmente la diferenciación que impondrían luego los caciques vallenatos o los jerarcas folklóricos del interior”.

Con ese estilo elegante e irreverente viajó a México en 1946 y grabó con la orquesta de Rafael de Paz temas como Micaela, El gallo tuerto y Linda jarochita. En el país azteca grabó primero que el cubano Beny Moré y su canción Micaela fue el tema musical del éxito taquillero Novia a la medida.

El cantante El Pibe Castillo, quien ahora tiene una barbería en Barranquilla, recuerda cuando conoció a Meyer en el bar de la calle Las Vacas y posteriormente en Bogotá, en el cabaret El Príncipe, alternando con el comediante Campitos. “A México viajó con un contrato de la lotería de esa nación, su voz se escuchaba todos los días en la radio y lo buscaban para hacer películas, pero el negro Meyer se desaparecía a veces porque se dedicaba al vicio”, dijo El Pibe Castillo en Barranquilla mientras le cortaba el cabello a uno de sus clientes.

Meyer viajó a Canadá, en donde casi pierde la vida en un incendio, y llega al puerto de Nueva York en 1956. Vive en el hotel Empire de Manhattan, toca con la orquesta de Xavier Cugat y se presenta en sitios de prestigio como El Copacabana, Fantasy, Chateau Madrid y en el Carnegie Hall.

El periodista Mario Luis escribió el 21 de agosto de 1958 en el pe-riódico El Diario de Nueva York su encuentro con Meyer en el bar Metropolitan de Manhattan. Le preguntó sobre el Tukimbé y su respuesta fue: “Es un nuevo ritmo con inflexiones de toda la música de los países latinoamericanos”. El periodista escribió sobre la elegancia de Meyer, la guitarra que siempre lo acompañaba e identificó a Micaela como una morena de origen francés.

Luis mencionó además que interpretaba temas como Micaela, Santa Marta, Trópico, Me divertiré, Un pingüino en Puerto Rico, Una latina en Manhattan, El caramelito, Mi compae Chipuco y “cientos más”.

Escribió que con Micaela ganó un premio en Paris en 1949 y que sus temas fueron interpretados por Pedro Infante, Juan Arbizo, Jony López, Juan García Esquivel y su Sonora Matancera, Ninón Sevilla, Beny Moré, Lola Flores y otros, y que grabó para R.C.A. Victor, SECCO Record y los sellos Vergara y Tropical. Y que había actuado en Venezuela, Perú, Ecuador, Panamá, México, Francia, Puerto Rico y “últimamente en Nueva York, Los Angeles y Miami”.

El 31 de noviembre de 1980 Meyer le escribe al periodista Carlos Serna de El Colombiano de Medellín para informarle que planeaba demandar a Francisco To-rroa por plagiar su canción Trópico en un disco que grabó la española Lola Flores, La Faraona, en ritmo de rumba flamenco. Meyer no demanda, pero esa situación es el presagio de su declive como compositor e intérprete.

En 1993 sufre un infarto y un derrame y pierde parte de la memoria. Vive en refugios para desamparados, enfrenta dificultades para desplazarse, pierde su guitarra y es internado en varios hospitales de Nueva York. Trata infructuosamente de vender su repertorio musical por 25.000 dólares a la empresa Peer Music, y le escribe a su amigo Provi García el 27 de septiembre de 1989 para comparar los últimos años de su vida con los de Cresencio Salcedo, otro músico colombiano que murió en la miseria.

Los últimos cinco años del Rey del Porro fueron muy difíciles. Sin familia y amigos, fue llevado en 1994 a vivir al asilo de ancianos de El Bronx. Este fue el destino del primer músico colombiano que llevó los rítmos de la Costa Atlántica a otras naciones como Panamá, Venezuela, Cuba, Costa Rica, México, Canadá y los Estados Unidos.

Orquestas como la Billo’s Caracas Boys y la Sonora Matancera, con cantantes como Israel del Pino y Domingo Jauma, interpre-taron algunas de sus composiciones como Trópico y Micaela, compuestas en 1941 y 1943 respectivamente.

Aunque su vida cambió cuando la enfermera puerto-rriqueña Elba Medina se interesó en ayudarlo y el periódico El Diario/La Prensa publicó un artículo sobre su hallazgo el 23 de octubre de 1997. Meyer revivió, su estado de ánimo mejoró, trató de caminar otra vez y volvió a cantar. Sin embargo, estaba haciendo su último esfuerzo y las comunidades colombiana y latina del área metropolitana de Nueva York ayudaron a mitigar su dolor.

Los congresistas demócratas José Serrano de Nueva York y Bob Menéndez de Nueva Jersey consignaron la vida de Meyer en el Libro de Records del Congreso de los Estados Unidos, con sede en Washington.

El periodista Javier Castaño conversando con Luis Carlos Meyer en la cama del Laconia Nursing Home de el Bronx.

“Entonces no me muero”

Cuando estábamos en la sala de espera del aeropuerto de Miami el 16 de julio de 1998, rumbo al homenaje en su honor en Barranquilla, Meyer me llamó en voz baja y dijo que se estaba muriendo. Le contesté que tenía que llegar a Colombia y asistir al concierto. “Está bien… entonces no me muero”, dijo el Rey del porro.

A Barranquilla llegó deshidratado y cansado. Casi no se sostenía en su silla de ruedas. El doctor que lo atendió en la Clínica Bautista se sorprendió de que aún estuviera vivo. Como el gobierno de Colombia no se comprometió a repatriarlo debido a su estado de salud, pues regresamos con Meyer a Nueva York.

Sus últimos días los pasó postrado en una cama, aunque nunca perdió el apetito. Prefería el pescado y la Coca-Cola. Algunas veces estaba alerta y tatareaba la letra de sus canciones, como cuando fue visitado por su compatriota Nelson Pinedo y cantaron a dúo. En otras ocasiones parecía como si ya no estuviera entre nosotros. No respondía a estímulos, fijaba su mirada en el techo y dejaba la boca abierta. Había perdido su dentadura.

Su música era lo único que lo mantenía con vida. Sus recuerdos eran momentáneos y nunca olvidó el nombre de su mamá, Julia Castandet, de Martinica, de su padre Isaac Meyer, de Trinidad y Tobago, y de su sobrina Olga Elisa de Romero. Todos muertos.

Cuando estaba en Bogotá, Meyer cantaba en el programa radial ‘La hora costeña’ de Enrique Ariza y participó en la película Golpe de gracia (1944), alternando con el dueto de Fortich y Valencia, Pepe León, la vedette española Celeste Grijón y el dúo Elena y Esmeralda. La película fue una producción de Ducrane Films y costó 110.000 pesos pero no tuvo éxito debido a la mala prensa. Se estrenó en el teatro Lux y sus directores fueron Emilio  Alvarez Correa y Oswaldo Duperly.

Meyer murió a los 82 años y fue velado en la funeraria Coppola de Queens. La repatriación y entierro de su cadáver se hizo con el dinero que donó la comunidad latina de los estados de Nueva York y Nueva Jersey, el Gobierno de Colombia y las autoridades de la ciudad de Barranquilla, en especial Comfamiliar del Atlántico.  Adiós negro Meyer.

Nueva York, septiembre del 2002