
Eric Adams, alcalde de la ciudad de Nueva York y el pastor Víctor Tiburcio de la iglesia Aliento de Vida en Corona Plaza, Queens. Fotos Javier Castaño
Por Javier Castaño —
Fue una noche de fe. Desde que fue acusado de soborno, el alcalde de Nueva York, Eric Adams, ha buscado refugio en su religión y su comunidad negra. “Hay una energía demoniaca sobre nuestra ciudad”, dijo el alcalde Adams en la iglesia Aliento de Vida.
Cuando se bajó de su carro oficial en la esquina de la calle 103 y Roosevelt Avenue, exhibió su sonrisa, aunque se negó a contestar si había hablado con Ingrid Lewis-Martin, su jefa asesora cuya casa fue allanada y debe comparecer en la corte.
Varios de los más cercanos colaboradores del alcalde Adams han sido visitados por el FBI, les han confiscado sus teléfonos y algunos han renunciado. Su popularidad ha caído.
Lo primero que hizo fue saludar a un grupo de latinos que jugaba dominó a oscuras en Corona Plaza, Queens. Estrechó sus manos y se tomó fotos con la misma sonrisa que lo caracteriza.
En el pódium, micrófono en mano, agradeció la invitación, habló de su madre y de los momentos difíciles que vivieron como familia pobre en esta ciudad. Dijo que seguirá trabajando por la vivienda asequible, más empleos, la reducción del crimen y la crisis mental.
“Seguiré brindando educación a los miles de nuevos inmigrantes que han llegado a nuestra ciudad”, añadió el alcalde Adams.
“Mi trabajo como alcalde no comenzó ayer, pertenezco a la clase obrera, soy hijo de Dios y continuaré haciendo todo por ustedes, seré su sustituto”, dijo el alcalde Adams. “El control de esta ciudad está en Dios”.

Latinos jugando dominó en Corona Plaza recibieron con entusiasmo la visita del alcalde Eric Adams. Foto Javier Castaño
El pastor Víctor Tiburcio dijo que “Dios nos llama a orar por las autoridades de esta ciudad y por el alcalde porque la oración es necesaria en tiempos de incertidumbre y necesitamos la reconciliación”.
El obispo Ismael Claudio dio la bienvenida a los policías del cuartel 110 que se hallaban en el templo y dijo que “la cruz y la fe nos une a todos”.
Luego le tocó el turno a Maranda Curtis, cantante de música gospel quien elevó el espíritu de todos, incluyendo al sacerdote tibetano que estaba sentado en la primera fila y juntaba sus manos en señal de gratitud.
En Corona Plaza había pocos vendedores ambulantes y el ruido ensordecedor del tren 7 superaba las ilusiones de los inmigrantes que llegaron a esta ciudad en busca de una segunda oportunidad sobre la tierra.