Tenía apenas unos años cuando comencé a acompañar a mi padre a asambleas donde se discutían los asuntos de la comunidad. Entendía muy poco lo que se discutía, pero mirar actuar a mi padre me hacía comprender la importancia del liderazgo comunitario. Sus palabras siempre fueron acompañadas por hechos. Hechos, no palabras, porque las palabras se las lleva el viento, más los hechos revelan tu identidad. Así mi padre me enseño que la justicia y la libertad van de la mano y que los talentos que Dios nos ha dado no pueden ser desperdiciados, porque como decía San Agustín, “Nadie puede ser perfectamente libre hasta que todos lo sean.”

La comunidad inmigrante está pasando por momentos sumamente difíciles. La incertidumbre, ansiedad, miedo, depresión y estrés se han apoderado de ellos. Y no es para menos, la administración del presidente Trump cada día nos complica aún más la vida ejecutando nuevas regulaciones antiinmigrantes. Las leyes que prometen procurar y respetar la dignidad de las personas se han vuelto en nuestra contra. Es importante mencionar que la mayoría de las leyes de inmigración en Estados Unidos carecen de legalidad al igual que de moralidad ya que oprimen a los inmigrantes deliberadamente mientras los tratan como medios para fines de algún interés político o económico ignorando que cada persona inmigrante posee un valor absoluto.

Pero, ¿qué podremos hacer ante este panorama desolador? La responsabilidad de que haya una sociedad más justa y libre es de todos. Así que tenemos que organizarnos para hacer valer nuestras demandas y necesidades. Tenemos que sumarnos a la causa y luchar por un trato justo e igualatorio para los inmigrantes. Porque como dice el dicho, ¡cien cabezas piensan mejor que una! Tenemos que recordarles a nuestras autoridades que la esencia de las leyes es procurar el bien común de todos los habitantes de la sociedad y que una sociedad democrática practica valores como la justicia, libertad, empatía e igualdad. No se puede ser buen ciudadano siendo indiferente a los demás.

Pero ya basta de palabras, es hora de actuar. Somos soñadores, pero también somos transformadores de la realidad. Tomemos los puestos que nos corresponden en la sociedad: maestros, abogados, ingenieros, doctores, soldados, senadores, filósofos, inversionistas, … son nuestros, así que vamos por ellos. Sigamos abriendo las puertas para que más jóvenes inmigrantes entren a la universidad. Luchemos por que haya mejores leyes laborales al igual que por las licencias de conducir para nuestros hermanos indocumentados, y organicémonos mejor para elegir a más latinos a puestos de oficina pública. Hay que unirse y dejar nuestras diferencias a un lado. Hay que derribar los muros del racismo y luchar en contra de leyes injustas que oprimen a nuestra comunidad. ¡No más deportaciones! ¡No más familias separadas! Así que en cada paso que demos de hoy en adelante, hay que gritar “¡justicia y libertad!”

Y repito lo que siempre he dicho, la futura influencia política, económica y social de la comunidad latina depende de un liderazgo más firme, emprendedor y unificador que de paso a la participación cívica de mujeres y jóvenes.