Conocí a Angelo Falcón hace más de 25 años, cuando trabajaba de reportero en El Diario/La Prensa. En ese entonces era de las pocas personas que podíamos llamar para buscar citas del acontecer político. Para ser sinceros, era el único que manejaba datos sobre las elecciones en la ciudad de Nueva York a nivel latino porque se trasnochaba revisando los datos y los resultados. Los demás analistas trataban de adivinar lo que había pasado en los días de votación.

La fortaleza de Angelo fueron los datos y su debilidad sus chistes. A veces reducía una conversación importante a un comentario simplista. Era su mecanismo de defensa para frenar a sus enemigos: políticos y activistas insulsos que sólo piensan en su interés y el de sus amigos.

Angelo fue de los pocos puertorriqueños de esta ciudad con los cuales se podía criticar al liderazgo boricua. Nuestras conversaciones sobre este tema fueron extensas, en persona y por teléfono. En varias oportunidades vino a Queens y hablamos de este tema.

Por eso su muerte es una gran pérdida para la comunidad latina. Angelo pudo haber abierto una conversación que es necesaria entre nosotros. La apertura de un diálogo sincero y directo entre los puertorriqueños, dominicanos, mexicanos, ecuatorianos, colombianos y el resto de los latinos. De este tema ni se habla y es quizás el más importante para que la comunidad latina avance.

Pero Angelo era glotón, no hacía ejercicio y por eso la diabetes lo acabó a los 66 años. Angelo se llevó la llave del candado que pudo haber abierto ese diálogo y no veo a otra persona que pueda abrirlo. Prevalece la visión mezquina en nuestra comunidad.

Adiós amigo,

Javier Castaño